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Hacia arriba

2018 enero

Qué culpa tiene la Barbie

En 20, Ene 2018 | 4 Comentarios | En ¡Hasta la victoria, always! | Por Noe

¿Qué culpa tiene el tomate

que está tranquilo en la mata?

 Y viene un capitalista

y lo mete en una lata

y lo manda pa’ Caracas.

 

Hoy estoy autobiográfica y nostálgica. Así que voy a hablar de mi infancia. Mis padres son militantes de los setenta. Si tienen cerca de cuarenta años y padres de similares características, sabrán de qué les estoy hablando. Y si no, aprovechen y vean la película “La culpa es de Fidel”, de Sophie Gavras. En casa no se tomaba coca cola porque es la bebida del imperio, no se miraba televisión porque es la caja tonta que te incita al consumismo, no se caprichoseaba por un caramelo porque en el mundo hay problemas mucho más importantes, y si teníamos “demasiados” juguetes había que regalárselos a los vecinitos de abajo, porque hay que aprender a socializar y compartir. Mis padres eran taaaaaan políticamente correctos que se separaron y siguieron trabajando juntos y llevándose bien y saludándose en los cumpleaños, porque antes que nada eran compañeros. Vomitivo. Desde chiquita aprendí a coleccionar pines y stickers de las más variadas causas: por la autodeterminación del pueblo vasco, contra la energía nuclear, a favor del derecho al aborto…

Cumplidos los nueve años, inicié mi proceso de emancipación y resistencia. Elaboré pacientemente mi discurso, me procuré aliados y, previas instancias de agitación y propaganda, convoqué a una reunión urgente al compañero papá y la compañera mamá para enrostrarles mi demanda: QUIERO UNA BARBIE. YA.

Después de discutirlo en asamblea parental, el compañero papá y la compañera mamá me convocaron a otra reunión. Me dijeron que entendían mi reclamo, que el derecho a los juguetes es indiscutible, pero que de ninguna manera iban a regalarme una muñeca fabricada por una multinacional yanqui, de aspecto y proporciones irreales y estereotipadas y que además salía un ojo de la cara. Como contrapropuesta, me ofrecieron la Darling. Una muñeca de características similares a la Barbie, pero fabricada en China y de un precio mucho más accesible. Evalué la propuesta: lo del precio era un argumento contundente, porque mis padres eran artistas y exiliados. O sea, éramos casi pobres. Y después de todo, la Darling no estaba tan mal.

En la juguetería, la vendedora nos mostró las opciones disponibles. La Darling venía en distintas versiones: había una africana, de piel oscura y negro pelo rizado; una oriental, de cabello hiper lacio y ojos rasgados; otra de aspecto latinoamericano, de cutis trigueño y con muchas flores en el pelo…La compañera mamá, por supuesto, trató de influenciarme.

-¿Te gusta la mexicana? ¡Es divina, mirá esas flores…!

Ya había cedido una vez. No lo iba a hacer de nuevo. La miré desafiante.

-Quiero la rubia.

-¿Estás segura…?

La sonrisa de mamá se iba transformando en una mueca de decepción.

-La rubia. La del vestido de lentejuelas.

Esa fue mi primera victoria en la lucha contra el mundo adulto. Me divertí un tiempo haciendo desfilar a mi flamante muñeca, cosiéndole vestiditos, probando nuevos peinados en ese cabello rubio nórdico. Un día me harté de tanto glamour, le rapé media cabeza y el cabello restante se lo pinté de verde con un fibrón. También le dibujé algunos tatuajes. Luego quise tener un perrito y eso desembocó en un nuevo período de asambleas porque vivimos en un departamento y es un ser vivo y no un juguete y la responsabilidad y la mar en coche. Fui una hábil negociadora y Nabucco llegó a nuestras vidas un día de invierno. Ese animalito fue mi mejor amigo en tiempos de mudanzas y cambios constantes de escuela y bullying aunque en esa época no le decían así, y otras ingratas experiencias de la vida de una niña en el exilio. También supo ganarse el cariño del compañero papá y la compañera mamá. Un día encontré a mi Darling rubia casi descuartizada entre los dientes de Nabucco. El perrito era feliz con ese juguete y a mí no me importó. Después de todo, ahora tenía un perro y por fin algunas amigas en la escuela nueva y muchos libros y ya no me divertía tanto jugar con la Darling.

Como todo cuento setentista, este viene con bajada de línea incluida: amiga feminista, lo que le quema la cabeza a las niñas es la desigualdad, la pobreza, la falta de oportunidades, el maltrato, el hambre, no una muñeca. Lo que nos daña a todas y a todos, lo que no nos deja crecer en libertad, se llama capitalismo y patriarcado. Por eso, amiga feminista, si tu hija te pide una muñeca rubia o un disfraz de princesa, dejate de tantas asambleas y dale el gusto. Eso sí, procurá que vea como todos los días tratás de hacer de este mundo un lugar un poco más igualitario y justo. Y confiá en que ese ejemplo es más poderoso que todas las Barbies del mundo.

 

¡Hasta la victoria, always!

 

Florencia Ordóñez nació en Córdoba el 8 de marzo de 1977. Es licenciada en cursillos de nivelación y posee un doctorado en abandono de carreras universitarias. Escribe, publica libros propios y ajenos desde el sello Malasaña Ediciones, hace stand up, coordina talleres de escritura; ha incursionado en la actuación y el teatro de títeres. También se ha desempeñado en varios trabajos decentes de los que fue oportunamente despedida. Políticamente se define como feminista silvestre y anarco-peronista.

Ilustración: Etnomonte
Acerca de Cecilia María
Cecilia significa ‘pequeña ciega’…
Cecilia María: pequeña mujer ciega que se dedica a construir imágenes.
Sin autorretrato ni biografía. Máquina sensible. Dibujante.
Podría ser un pavo real, un colibrí… o una chuñita.
La Telesita estacionada en una casa de colores.
Olvidada, para vivir recuerda, sin pausa ni prisa. Aprendiz.
Encomendada al Sol. Hija de la Luna. Manos planetarias al servicio del monte.

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